Prácticas sociales y filosofía. Una relación im pensable*

sábado, 11 de octubre de 2008

Resistencia, UNNE, Ananga Ranga Taller, 2007, 206 páginas.


Durante el Primer Encuentro Nacional de Estudiantes de Filosofía (ver Amartillazos, núm. 1, pp. 102-13), los relatos de las experiencias que vivimos en cada región del país dejaron ver una serie de problemas comunes y otra de problemas propios. De aquellos problemas comunes destacamos para esta reseña que la producción escrita entre los estudiantes de filosofía del país es nula o casi nula, al margen de las monografías y otras instancias curriculares. De los problemas propios de cada región, subrayamos que la carrera de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), con sede en Resistencia, Chaco, es una de las más castigadas no sólo por las condiciones históricas y estructurales de la provincia. Por mencionar tres hechos que ilustran las condiciones en las que estos compañeros trabajan: (i) la biblioteca de su carrera no presta libros a domicilio a los estudiantes (éstos respondieron creando una biblioteca propia con fotocopias); (ii) los estudiantes no tienen representación en el Departamento (aclaremos: no es que no tienen representantes políticamente afines, es que no existe la figura institucional del representante estudiantil); y (iii) dentro del predio universitario hay una sucursal del banco Patagonia, con cuya «tarjeta universitaria» los estudiantes sí pueden sacar libros a domicilio (¡y hasta pueden quedárselos durante más tiempo que el reglamentado!). Estos y otros problemas integran el arsenal de bondades que trajo la Ley de Educación Superior (LES), aplicada en todas las universidades nacionales durante la década del '90 (excepto en la UN de Comahue y en la UBA).

No obstante, la carrera de Filosofía de la UNNE mostró en aquel encuentro nacional que es también una de las más interesantes en términos de producción de actividades y de saberes. Hasta ahora, es la única carrera en la que sus estudiantes organizan, desde el año 2000, jornadas anuales de estudiantes de filosofía. Estas jornadas suelen ser la oportunidad no sólo para que estudiantes de filosofía del país socialicen trabajos escritos, sino especialmente para que diversos movimientos sociales socialicen sus experiencias de lucha, convirtiendo así a estas jornadas en uno de los pocos lugares donde el ghetto de la filosofía académica se abre al encuentro cara a cara con asambleístas, piqueteros, desocupados y pueblos originarios. Hasta el momento del encuentro,1 era la única carrera en la que sus estudiantes sostenían una publicación periódica e independiente, la revista Dibujarnosdenuevo, que nació en agosto de 2004 y que lleva casi veinte números publicados. Y, hasta ahora, es la única carrera en la que sus estudiantes escribieron, diagramaron, editaron y publicaron un libro, que aquí reseñamos: Prácticas sociales y filosofía. Una relación im pensable (PSyF). Todo esto puede hallarse en la página www.freewebs.com/dibujarnosdenuevo, así que pasemos de una buena vez al libro en cuestión.

PSyF tiene más de doscientas páginas y está compuesto por catorce artículos agrupados en cuatro secciones: «I. Cuestiones sociales: sobre trabajo, exclusión, participación y otras yerbas (autóctonas)»; «II. Sobre memoria y dictadura»; «III. Prácticas docentes como intervención en el mundo»; y «IV. Principios para pensar-nos». Algunos artículos son inéditos, otros son desarrollos de artículos publicados en la revista Dibujarnosdenuevo o reformulaciones de trabajos leídos en las jornadas anuales que mencionamos. No abordaremos aquí cada artículo en detalle, mitad porque nos ganaríamos el rechazo del resto del colectivo de Amartillazos y mitad porque sería duplicar en vano el libro que estamos reseñando. Preferimos, en cambio, destacar algunos problemas que nos suscitó la lectura de PSyF y algunas respuestas que nos presenta su escritura.

Comencemos por las respuestas. En primer lugar, destaquemos una enseñanza para períodos históricos desalentadores (sean semanas o milenios): los compañeros de la UNNE sostienen un espacio de producción filosófica allí donde las condiciones materiales de existencia parecerían impedirlo. Dicho de otro modo, los compañeros muestran que siempre hay un margen, por mínimo que sea, para producir una alteración de las relaciones sociales establecidas o, para usar cierto vocabulario en boga, toda situación está atravesada por líneas de fuga a seguir.

En segundo lugar, esos mismos compañeros escapan de su lugar asignado en la estructura académica, activan un rol que no les pertenece según prescribe la distribución jerárquica de tareas propia de la universidad. Esto es, abandonan la figura del estudiante al mismo tiempo que abandonan la forma de producción que les correspondería por claustro: dejan de ser meros consumidores de saber al tiempo en que se erigen productores. Los estudiantes, al escribir un libro (y también al publicar una revista u organizar unas jornadas de reflexión y debate), se apropian de la actividad que parecía exclusiva de la figura del profesor (o del graduado): no esperan que «Barbazul» salga de viaje para acceder a las habitaciones prohibidas, le quitan la llave ante sus ojos (cf. pp. 139-48). Apropiarse del saber, pero más aun apropiarse de la producción del saber, constituye un acto político de enorme importancia (condición necesaria, pero no suficiente, para la apropiación social de los medios de producción). Quizás el mayor logro de PSyF se encuentra en esa doble apropiación: apropiación de tradiciones filosóficas y apropiación de la producción filosófica con y contra esas tradiciones.

Pasemos ahora a los problemas (que acaso sean un mismo problema). PSyF afirma que si la producción de saber se encuentra dividida y jerarquizada y que si, correlativamente, la academia produce una clausura que reduce sus efectos en la sociedad (sociedad a la que pertenece y en alguna medida avala), entonces la tarea de la filosofía consiste en pensar esa sociedad y las relaciones y prácticas que la componen. Pero, agregamos nosotros, pensar la sociedad ha sido siempre uno de los temas centrales en la filosofía y, claro está, ha tenido efectos completamente disímiles (La ciudad de Dios y La genealogía de la moral, p. e.). Entonces, nos preguntamos, ¿cuál sería esa relación que es necesario pensar porque se hallaría «im-pensada»2?

Los compañeros parecen advertir los peligros de esta perspectiva aparentemente crítica, el mayor de los cuales consiste, quizá, en remplazar el pensamiento acerca de lo posible por la reflexión acerca de lo dado, el aislacionismo académico por una mera reacción frente a la realidad. Sin embargo, notamos una constante recaída a lo largo de los artículos en este escollo que leemos cifrado en el título mismo del libro: el «y» que conjuga las «prácticas sociales» con la «filosofía» separa más de lo que articula. O, digamos, ¿no es la filosofía una «práctica social»? La pregunta puede sonar fútil, pero si lo que aparece como impensado son las producciones «filosóficas» que propician prácticas sociales concretas, prácticas sociales habitadas por los mismos filósofos, no vemos que sea necesario «acercar las reflexiones a los fenómenos y procesos sociales» (p. 11). Es más, ni siquiera vemos que sea necesaria la filosofía para «reflexionar» sobre lo que fuere, pero dejaremos este asunto para otro momento. Lo que nos interesa remarcar aquí es que esos procesos y aquellas prácticas no son unívocos, no aceptan una única respuesta, un dictamen de lo que son, sino que en cambio incitan al pensamiento, al pensamiento desde las prácticas –tal como, más de una vez, aclaran los compañeros–, y no desde la privacidad cubicular de los departamentos de filosofía de cualquier facultad. Este es el inconveniente en el que se puede caer cuando nos conducimos hacia las prácticas: creer que éstas son claras de por sí, supuesto con el cual se va directo a las prácticas esperando que revelen un sentido auto-evidente (cuando no se espera que revelen el sentido). La teoría se encontraría, de este modo, siempre a la zaga de las prácticas, esperándolas, limitando el accionar teórico a una simple reacción pasiva que sólo la práctica activaría.

Dicho de manera concreta, leemos en PSyF una marcada tendencia a identificar: (i) la filosofía con la filosofía académica (p. 15; p. 166 y ss.), (ii) el trabajo con el trabajo asalariado (pp. 20-3) y la educación (si entendemos por educación la socialización del conocimiento) con la educación formal (p. 162). Consideramos que aquí radica el mayor escollo para el pensamiento: aplastar el carácter universal y genérico de la producción (la filosofía, el trabajo o la educación) bajo el peso de sus manifestaciones históricas y específicas (la academia argentina en el siglo XXI, el trabajo en condiciones capitalistas o la educación formal y estatal). Es decir, PSyF nos presenta una operación de identificación de las condiciones estructurales de la producción (de conceptos, de mundo, de subjetividad) con sus condiciones coyunturales de distribución y apropiación (la academia, el capitalismo, el estado). Si lo coyuntural son las formaciones definidas, históricas, hechas de estratos, pensar es alcanzar una materia no estratificada, entre las capas o los estratos, en los intersticios. «Pensar [...] sería volver indefinido el acontecimiento para que se repita como el singular universal»3. Por decirlo en términos nietzscheanos, pensar es lo intempestivo: pensar el pasado contra el presente en favor del futuro. Por eso afirmamos que aquello es un escollo para el pensamiento: según nuestra lectura, esas identificaciones impiden la plasmación, en el plano de la teoría, de alternativas al orden establecido, mientras que, en el plano de la práctica, esas alternativas están presentes, hay líneas de fuga a seguir, en cuanto referimos que hacen los compañeros de la UNNE. Queremos decir, entonces, que si los compañeros de PSyF han construido alternativas al modo de producción académico es porque otro tipo de trabajo, otra forma de hacer filosofía y otros modos de instituir educación son posibles. Quizá lo que haga falta sea la apropiación de esa des-estratificación desde la teoría. Esa podría ser la relación impensada, la manera en que PSyF, como práctica, no sea ni filosofía académica, ni trabajo asalariado, ni educación estatal.



Emilio Guzmán

Mariano Repossi



* En revista Amartillazos, año ii, número 2, Buenos Aires, invierno 2008, pp. 134-8.
1 Ocho meses después de ese encuentro apareció la revista Amartillazos
2 El adjetivo «impensable» denota una propiedad permanente mientras que el participio «impensada» denota una propiedad transitoria. Si el pensamiento es un plano indeterminado del cual cada conciencia determinada no es más que un punto, entonces hay, en lo infinito del pensamiento y para cada conciencia finita, lo inconcebido, lo impensado, lo incomprendido. Pero no hay nada que sea, en tanto que tal y para toda conciencia, inconcebible, impensable e incomprensible. (Se nos podría objetar que aquél adjetivo que aparece en el subtítulo del libro tiene el prefijo de negación tachado, lo cual induciría a leer que «im pensable» significa, sin más, «pensable». Si así fuera, no tendríamos más remedio que recurrir a la pregunta de un compañero de Amartillazos: ¿por qué hay tachadura y no, más bien, nada? Otro gallo cantaría si la tachadura (tan derridiana, tan deconstructiva, tan posmodernamente sugerente) estuviera indicando esa relación –no ambivalente, sí ambigua; no indecible, sí indecidible– que mantienen el término pensable y su diferencia. Si así fuera, que Hegel nos libre y nos guarde.)
3 Foucault, M., Theathrum philosophicum, trad. Francisco Monge, Barcelona, Anagrama, 1995, p. 23.


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